No le escuché cuándo me gritaba y suplicaba compasión,
No le dejé expresarse cuándo explotaba dentro de mi
No lo acuné cuando reptaba desangrándose por el dolor
Ni le calmé cuando lloraba sin consuelo agitándose en mi pecho.
Cerré la puerta de un golpe seco en una súbita apnea que lo colapsó,
Rehuí sus quejas, sus golpes a las rejas que lo encarcelaba sin piedad.
Tejí capas y capas de aislante acústico para no escucharle,
a pesar de agitarse, retorcerse y bombear con la máxima intensidad
le ignoré, seguí caminando olvidándome de él, escuchaba su voz
distorsionada que se quejaba sin parar, advirtiéndome sin parar.
Pero mi alma no aceptaba la fragilidad de un órgano tan vulnerable,
le dio la espalda sin piedad y le abandonó cuándo más lo necesitaba.
la razón se alejó de él.
Se cansó de sufrir y se dejó llevar por un latido débil y desganado,
El alma no se apiadó, pero la razón se puso de rodillas sabiendo que
su existencia dependía de él, pero ya era tarde, estaba cansado, agotado,
desvanecido de tanto luchar.
Decidió pararse, la razón le suplicó viendo que no había nada que hacer,
le dio la mano, abandonándose a los designios del corazón
y pasados unos instantes el corazón de la mano de la razón inició un nuevo latido.
este marcaría un nuevo destino lleno de fuerza vital.